En la carcinogénesis del capitalismo actual las grandes corporaciones hacen sus metástasis adquiriendo otras, más pequeñas, inermes compañías. Como todo tumor cuando se expande, el asunto es, cuando menos, desprolijo: órganos dejan de funcionar, vastas áreas quedan baldías. El paciente sufre. Pero la salud del tumor es incuestionable.
El caso es que el Director General nos convoca a una All-hands town hall. Esto implica generalmente dos cosas. Uno, el patético esfuerzo por team building; dos, incontables minutos de mortal aburrimiento. Estas reuniones son un género en sí mismo. Alguien debería advertirles de la futilidad del gesto. Pero, evidentemente, los costosos consultores, gurúes de la vida corporativa, enfatizan su importancia.
En definitiva, se trata de reunir al personal para comunicarles cuánto ganó la empresa, qué porción del mercado ostenta y un largo etcétera de cifras. ¿Somos los dueños del circo? ¿Me perdí algo y estamos en un régimen de propiedad socialista? No lo creo, siempre está por delante y como guía rectora el valor que aportamos a los share holders. Añadirás valor o no serás nada.
Bueno, esta vez
me sorprendo.
Nuestra (nuestra)
pequeña compañía –cuatro mil empleados globalmente – ha sido
adquirida por ErdSys – sesenta y tres mil colaboradores. El
Director se embarca en una catarata de números. Dice las palabras
mágicas, todas, “apalancar las habilidades conjuntas”,
“oportunidades de carrera”, “interesante desafío
organizacional”, “complementariedad”. Pero ya nadie lo escucha.
Todos elaboran sus pequeñas especulaciones en torno a sus futuros
laborales.
Han sido devorados por la metástasis y no se dieron cuenta.
Han sido devorados por la metástasis y no se dieron cuenta.
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