Recientemente se me ocurrió pensar acerca de cómo resulta que el uso de las palabras no es inocente. Esto es, cuando elegimos hablar de una manera determinada, estamos diciendo algo y, aunque no lo reconozcamos, a la vez estamos dejando de decir otra cosa. Obvio, ¿no?
Tengo una amiga, por ejemplo, que a su reciente relación amorosa la denomina "vínculo". Con esto dice que tiene una relación afectiva estrecha con el muchacho, que no es un mero conocido. Pero deja de decir, quizás no tan obviamente, que teme que por sólo nombrarlo más formalmente se esfume lo que hoy tiene entre manos: el vínculo y el muchacho. Total… vínculos tenemos todos. Y si todo se desvanece en el aire, pues bueno, ella avisó: sólo era un vínculo. Ponerle a la relación el nombre de "novio" o "pareja" tal vez fuera demasiado, implicaría reconocerle bastante más entidad. Y ahí hay que hamacarse con otras vicisitudes.
Debo confesar que estas disquisiciones sobre los vínculos y el lenguaje surgieron especialmente a partir de las últimas entradas de mi buen amigo el Mando Medio acerca del servicio del outplacement.
Cuando el vínculo en inglés duele menos que en castellano
Hace ya unos cuantos años que hemos caído en la cuenta de que el vínculo entre los empleados y las empresas se ha modificado de manera importante: la carrera de por vida ya no existe (y no por decisión necesariamente nuestra), y ahora debemos saltar de piedra en piedra en lugar de trepar por la pirámide corporativa. Pero, en el fondo, el despido sigue siendo una experiencia si no dolorosa, por lo menos desagradable e incómoda. Y esto, por varios motivos. Se me ocurren ahora dos.
El primero, quizás el más obvio: a menos que hayamos tenido la oportunidad de tomar ciertas precauciones, siempre se activa la incertidumbre acerca de si lograremos la reinserción laboral en un plazo y en condiciones razonables. El segundo, porque el despido implica que ya no servimos, ya no somos necesarios. Y esto, por más que en el fondo todos nos sabemos prescindibles, es doloroso porque siempre nos han dicho que estábamos allí, en ese puesto, en ese equipo, en ese proyecto, en esa tarea, por lo que aportábamos, por el valor que agregábamos, porque servíamos. Por eso éramos team leaders, project leaders, high potentials, éramos parte del dream team, los winners, teníamos la seniority ideal y ahora end of proyect, game over, chau vínculo.
Pero bueno, nos dicen, no se trata exactamente de que no servimos sino de que simplemente arrived el final objetivo del specific project por el que, expresamente, nos habíamos vinculado con la empresa. Nosotros no lo despedimos, usted debe encontrar nuevos mundos, nuevas alternativas. Estamos poniendo en su camino una nueva experiencia. Vaya, vaya, cuénteles a sus familiares y amigos que a partir de mañana ingresa en un proceso de outplacement.
Me importas tú, y tú, y tú…
Convengamos que desde que el hombre ha devenido empleado, si ha tenido intenciones de seguir sobreviviendo cada vez que ha sido despedido, ha salido a buscar un nuevo trabajo de algún tipo. ¿Necesitamos que las empresas ahora nos digan que tenemos que ocuparnos de nuestro futuro laboral? ¿Es que si no venían a comunicarnos esta maravillosa idea no sabíamos qué hacer?
Difícil contradecir a Mando Medio cuando afirma que el objetivo de estos servicios tiene algún tipo de relación con la baja de conflictividad, tanto hacia dentro como hacia fuera de las empresas. Hacia adentro, porque la imagen que perdura tras la desvinculación es la de la empresa que nos tiende la mano amiga para que sigamos el trayecto más conveniente para nuestra carrera, la que no impide nuestro desarrollo reteniéndonos inútilmente, haciendo hacer cualquier cosa. Entonces seguimos trabajando todos más o menos tranquilos. No vamos a ponernos a protestar porque al otro le abren las puertas a un futuro mejor… si aquí no se despide a nadie.
Hacia fuera, porque estas prácticas de desvinculación tienden a desalentar el deseo de recorrer los largos, onerosos y penosos caminos de los reclamos legales que, desde hace muchos años, ya se transitan la mayor parte de las veces sin el respaldo que antaño proporcionaban las organizaciones que agrupaban a los trabajadores (llamémoslas, por ejemplo, sindicatos). Y, además, porque disuelven los rencores individuales: ¿con qué cara vamos a morder la mano de aquel que nos sostiene, aún cuando ya no le resultamos útiles? ¿Vamos a despreciar el "paquete" que nos ofrecen, aunque sea de salida y no de benefits, stock options o tan siquiera turístico? ¿Qué le vamos a terminar reclamando a nuestros ex empleadores, eh? Me imagino a algún que otro gerente de recursos humanos mirándonos incrédulo ante tanta ingratitud y repitiendo las famosas palabras que expresara mi homónima en la célebre Carne: "Canalla, ¿qué pretende usted de mí?"
El problema con las palabras no se activa sólo cuando se las dice sino también cuando uno comienza a comprender lo que callan. Por ejemplo, si nos dicen que necesitamos una consultora que nos asesore para hacer lo que siempre hemos hecho, buscar trabajo, ¿no callan que uno de los principales beneficiarios de estos procesos han sido las consultoras mismas, que encontraron nuevos nichos en los que excavar? Si nos dicen que es suficiente tres meses para que nos relocalicemos eficientemente, ¿no callan la formación de un sentido común que sostiene que si no logramos hacerlo en ese plazo es porque debemos ser unos inútiles, unos inservibles para el mercado?
Y cuando tengamos nuevas entrevistas, ¿qué nos dirán? ¿Qué comprenderemos de lo que callarán? Me entra un escalofrío cuando estas reflexiones activa en mi memoria las otras palabras que el mito urbano afirma que mi homónima le dijo a Romualdo Quiroga durante el rodaje de aquel memorable film: "Chupe, Romualdo, chupe que es trabajo."
yo quisiera no pensar -pero si cada tanto pasa mejor no desaprovechar la ocasión: recuerdo que alguna vez llegué a llamar "intercambio" a una situación similar a la de su amiga...
ResponderEliminar"Intercambio" de...? (me da miedo preguntar)
Eliminarconversaciones y presencia.
Eliminar