De la fascinación de la figura del empresario todopoderoso en la década de 1980 al enaltecimiento de creativos emprendedores como Steve Jobs, estas últimas décadas han reconfigurado al actor de la dinámica económica. Los emprendedores flexibles, líderes en un mundo incierto, se erigen como modelos a emular. Pero, ¿qué animal es el emprendedor? ¿Existe realmente alguien que encarne sus características o no es más que un ideal, un espejismo?
La subjetividad emancipada
Tras lo que se caracterizó como los “treinta años gloriosos”, asistimos desde la década de 1970 a una progresiva reconfiguración del espacio social. De un Estado de Bienestar proveedor de servicios sociales pasamos a un Estado adelgazado: privatización de los servicios de salud y de retiro, reformas educativas que introducen lógicas de competencia de mercado, gestión pública moldeada en las metodologías del sector privado [1].
La desestabilización de lo social conduce a formas comunitarias de organización centradas en sujetos individualizados y autónomos. Comunidades de raza, de estilo de vida, de orientación sexual y otras más se cruzan en los sujetos des-socializados.
Este sujeto autónomo debe superar la etapa del Estado benefactor, proveedor de ciertos soportes materiales y simbólicos, y navegar las incertidumbres de la economía globalizada. El modelo-héroe de este momento es el emprendedor.
El emprendedor es un fantasma
En todas sus etapas hubo un actor social que encarnaba la dinámica capitalista. Recordemos, aquí nomás en el tiempo, los grandes empresarios de la década de 1980, del que podemos nombrar a Lee Iacocca como ejemplo. Se trataba de los enormes CEO, ávidos de dinero, batallando las guerras comerciales entre marcas norteamericanas y japonesas.
¿Y hoy? ¿Qué cosa es un emprendedor, este sujeto capitalista actual? Leemos el muy recomendable trabajo Notas para una sociología de la cultura emprendedora, del sociólogo Diego Pereyra [3]. Allí, el autor historiza el concepto y detalla las características que se han cristalizado a su alrededor: ruptura con el pasado, creación de soluciones en un mundo incierto, liderazgo desde la seducción, creatividad, flexibilidad, disciplina, competitividad, entre otras. Y nos hace notar que esta condensación de conceptos es, precisamente, la descripción del héroe carismático.
Así las cosas, ¿existe en la realidad alguna persona en la que se encarnen las características del emprendedorismo? Nos advierte Pereyra:
Lo que aparece con claridad es la idea de los emprendedores como una metáfora, una figura conceptual que idealiza un tipo de actor social y su correspondiente accionar que no coinciden con ningún referente empírico. Esta figura retórica alude a un tipo esperable y deseable de comportamiento que no se encuentra necesariamente en un solo individuo sino en un agregado de personas...[Negritas mías]El emprendedor, entonces, como una metáfora, como un fantasma en el que depositamos nuestras fantasías (y, por qué no, temores).
¿Por qué resuena la figura del emprendedor?
Como nos indica Pereyra en su trabajo, la importancia del emprendedor es que en su imagen "se articula una visión romántica de la vida con una visión formalista y utilitarista". Pensemos en un Steve Jobs. ¿Se lo recuerda por los millones de dólares que ganó y que hizo ganar a su empresa o por la visión que lo condujo a lanzar sus "renovadores" productos, iPads e iPhones? La misma pregunta cabe para Mark Zuckerberg. ¿Nos importa más su fortuna o la revolución de Facebook? La figura del emprendedor
reconcilia el ámbito de lo terrenal (mundano) con valores más nobles, como pueden ser el logro de las aspiraciones y sueños de las personas. Así, la obtención de ganancia y beneficio económico es anulada, o al menos puesta en suspenso, en la medida que el objetivo del emprendedor tiene una dimensión axiológica más importante. La coexistencia de una lógica empresaria con una perspectiva que enfatiza la creatividad y la inteligencia emocional hace atractiva la figura del emprendedor.Esta resonancia con valores subjetivos nos acerca a la figura del emprendedor. Se establecería la noción de que ya no es necesario -en principio- dominar complejas teorías económicas ni comandar organizaciones de miles de empleados. Sólo alcanza con reunir una serie de características emocionales: flexibilidad, creatividad, liderazgo. Todas ellas nociones más "fluídas", si se quiere, que la "solidez" de la vieja economía. Y, además, se des-ancla el crecimiento y la innovación de cualquier estructura social preexistente.
Resulta claro para quiénes trabajen en empresas o lean los suplementos económicos de los principales diarios que la noción emprendedora ha impregnado el discurso del trabajo. Nos referiremos a esta dimensión en el próximo post.
Referencias
[1] Rose, N. (2007). ¿La muerte de lo social? Re-configuración del territorio de gobierno. Revista Argentina de Sociología (8), 111-150.On line en http://www.unal.edu.co/ces/documentos/Temp/rose/Rose-la%20muerte%20de%20los%20social-re-configuracion%20del%20territorio%20de%20gobierno.pdf
[2] Pereyra, Diego. Notas para una sociología de la cultura emprendedora. En Simón González y Eduardo Matozo: Creatividad e innovación aplicadas al desarrollo emprendedor: experiencias de la Red Latinoamericana de Buenas Prácticas de Cooperación Universidad Empresa, Universidad Nacional del Litoral (Santa Fe, 2013). On line en http://www.unl.edu.ar/articles/download/4248
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