A principios del siglo XX se establecen las bases para la gestión científica de las empresas modernas, que estaban ampliando su escala de producción. Los estudios del ingeniero estadounidense Frederick Taylor (1856-1915) ponen el fundamento teórico: separación de la planificación de la ejecución, fragmentación de la tareas en actividades mínimas y secuenciales, control y valorización del tiempo. La línea de montaje de Ford completa el esquema. El manager era quien poseía conocimientos específicos para manejar la complejidad de la planificación y la ejecución. Esta etapa cubre aproximadamente desde la década de 1930 hasta la de 1970. El saber-hacer era el encuadre del rol.
"[...] había dos mundos bien definidos, el de los empresarios y el de los trabajadores, cuyos sueños, costumbres y referencias no tenían nada en común. Los patronos dirigían sus empresas como un jefe de Estado Mayor. En contrapartida, ofrecían carreras estables y seguras; sólo excepcionalmente recurrían al despido. Los trabajadores, por su parte, debían contentarse con ejecutar las prescripciones de los ingenieros y de los ejecutivos, que eran correas de transmisión fieles y dóciles..."
Programados para triunfar, Marzano, Michela (Tusquets Editores, Argentina, 2011). Cursivas mías.
A partir de la década de 1970 convergen una serie de factores socioeconómicos y, con la transformación de la empresa, se modifican los modelos manageriales. El interior de la empresa se descentraliza, las estructuras se aplanan, se incorpora la dirección por objetivos. Los managers ganan autonomía y poder de decisión, y al mismo tiempo, la necesidad de desplegar habilidades más afectivas que técnicas: adaptabilidad, empatía, comunicación, flexibilidad. El concepto clave que engloba estas características es la gestión de competencias. El manager debe administrar su carrera en función de la adquisición de competencias clave.
"La noción de competencias ayuda a ilustrar el paso hacia el trabajo en la organización en red. Esta se sustenta en un “saber-estar” (en el lugar correcto, con la persona correcta), tomando distancia de un “saber-hacer” de una época anterior, en la cual reinaba la noción de calificación. El saber ser se sustenta en una economía de relaciones que implica el establecimiento de relaciones afectivas oportunistas que incluyen a las relaciones laborales, pero que a su vez la trascienden, abarcando los estudios, las amistades, el amor, la familia, etc. Los dispositivos que reclaman el compromiso total de los seres humanos para con sus trabajos logran poner al servicio de las organizaciones las propiedades más humanas: los afectos, la moral, la creatividad [...] logrando instrumentalizar al ser humano a través de aquello que los hace precisamente humanos."
¿Gerentes o empresarios? Apuntes para un debate teórico sobre el trabajo gerencial, Szlechter, Diego en Psicoperspectivas, Vol. 9 Nro 2, 2010, pp 180-201. (Este artículo está disponible en http://www.psicoperspectivas.cl/index.php/psicoperspectivas/issue/view/13)
Entonces, el movimiento histórico del saber-hacer al saber-ser involucra la implicacion emotiva del manager. No debemos perder de vista que la incorporación de la emotividad como sustrato de las competencias laborales la hacen, precisamente, permeable a dispositivos de control más sutiles. El trabajo se expande hacia el tiempo libre, se busca crear redes que puedan servir en el futuro. A la vez, el mayor involucramiento personal permite una sensación de realización mayor al haber logrado los objetivos.
¿Ganamos o perdemos? Cada quien podrá responderse...
Ver también:
Szlechter, Diego
Competencias en competencia: el gerente empresario en la gran corporación
en Revista Venezolana de Gerencia, vol. 15, núm. 52, octubre-diciembre, 2010, pp. 638-
665. Disponible en http://redalyc.uaemex.mx/src/inicio/ArtPdfRed.jsp?iCve=29016182008.
Zangaro, Marcela
Subjetividad y trabajo. Una lectura foucaultiana del management, Ediciones Herramienta, Buenos Aires, 2011.
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